CUENTO BREVE DE OMAR MANUEL CALVO REY
EL TORO
Descendiente lejano de aquellos precarios ejemplares que transportó a esta tierra el primer adelantado Don Pedro de Mendoza (1536), el Torito de marra, era un magnÃfico animal dotado de toda la belleza y el esplendor que sólo la naturaleza deposita en los seres vivos cuando se la deja libre, trabajar su tiempo, en la procreación del Plan de Dios.
El desierto verde y desaforado, donde habÃa nacido con otros machos de su raza, estaba cambiando ante sus ojos impávidos, y ante su instintiva memoria irracional.
Ya no se oirán más los estridentes alaridos de feroces indiadas que se dirigÃan al sur, a negociar el producto de su robo.
El nutrido ejército que pasó a manos del Gral. Roca (1879), siguiendo la huella de Rosas, 50 años antes, cuando era Gobernador de Bs. As. (1929), no se volvió a ver.
Los que investigan y narran la historia, han querido reformar sofÃsticamente la verdad, y al indio malo y ladrón lo presentan como un incólume, y al pobre gaucho cristiano y soldado lo rebajan a calidad de bandido, sin reconocer que su sangre derramada en el combate, con el sable y a caballo, hicieron posible la Patria.
Un monstro negro, gigantesco, grande, surca el desierto por el mismo camino siempre infinitamente paralelo.
Cuatro o cinco veces habÃa pasado durante esa verde primavera, y las hembras no huÃan como al principio, miraban apacibles, con curiosidad, el paso del tren.
El Torito de sangre baguala, sintió invadido sus dominios, y ofendido su orgullo y optó por enfrentar al monstro en desigual pelea. Esperó el momento, al verlo llegar se empacó a las vÃas, hundió las pezuñas en el suelo, levantó la cabeza meneando sus gruesas aspas puntiagudas a izquierda y derecha, como aclarando un deseo, luego sà puso el hocico en el suelo y esperó la topada.
Florencio Fandiño, el maquinista, advirtió tardÃamente la intención del toro y atinó a dar un sostenido pitazo, que sonó como un gong, dando comienzo a la aventura, donde la vida y la muerte es un instante crucial.
¡Qué animal estúpido!, murmuró el maquinista, mientras refregaba sus percudidas manos en el sucio mameluco.
Al llegar a Huanguelén, punta de riel, y fin de laboriosa travesÃa Florencio Fandiño descendió de la enhiesta cabina y recorrió todo el renegrido frente de la locomotora. Sobre los hierros del miriñaque, unas manchas de sangre seca y pegada a ellas, unos pelos rojizos daban cuenta del penoso accidente anterior. Donde un toro de raza criolla, entregó caro la vida cuando supo que otro toro (extranjero, distinto en la raza y la fortaleza), habÃa invadido su tierra (que en los hombres debiera ser la Patria).