EL ÚLTIMO CUENTO (Por Caro Medina Virces)

EL ÚLTIMO CUENTO

El hombre se sentó en el banco más solitario de la plaza. Dejó el bastón a su derecha y tomó el libro de su morral. Como lo abriera al azar, hubo de retroceder unas páginas para hallar el comienzo del último cuento. El título no le pareció original. Estaba en la página 121. Lástima. Solo le restaban nueve páginas, apenas cuatro hojas y media. Las leería lenta, minuciosamente. Quería saborear, disfrutar esos últimos minutos. El protagonista era un hombre de edad. Como él, un jubilado que frisaba los setenta. Había enviudado hacía seis meses. Esa tarde decidió ir a visitar a su hija y a su nieta. Pero no las halló. Después del colegio habrán ido de compras -pensó- o a la casa de la otra hija. Palermo era bastante lejos, y los subtes a esa hora iban atiborrados. Decidió dar un paseo y regresar a su casa. Qué piensan hoy los jóvenes. -se preguntaba- porqué… porqué trizan así los matrimonios. Ah, después los que sufren son los chicos. Al llegar a la esquina se detuvo. Esperó la luz verde. En la calzada, un auto le frenó casi encima. El grito: ¡Animal!…, le salió del alma, y la amenaza de un bastonazo al infractor, también. Al subir a la acera de la plaza, todavía le duraba el sofocón. El hombre se sentó en el banco más solitario de la plaza. Dejó el bastón a su derecha, tomo el libro de su morral, lo abrió al azar, retrocedió unas páginas para hallar el último cuento. El título no le pareció original. Estaba en la página 121. Lástima. Solo le restaban nueve páginas, apenas cuatro hojas y media. Las leyó lenta, minuciosamente. Quería saborear, disfrutar esos últimos minutos hasta el punto final. Llegado a este, no sin cierta parsimonia cerró el libro. Fue entonces que la tarde pareció irse como en un remolino de sumidero. Con el alboroto de los pájaros regresando a sus nidos, la tarde cerraba sus ojos. Terciado sobre el banco de plaza, un libro de cuentos esperaba a otro incauto lector.

C.M.V.